lunes, 22 de noviembre de 2010

David Viñas: “Un intelectual no puede ser oficialista”


(Leer por primera vez a David Viñas es una experiencia que queda marcada en el cuerpo. Sus novelas golpean, sacuden y descolocan. No es poco en tiempos de tibiezas intelectuales y corrección literaria. Hacía mucho que no leía una entrevista a este vikingo crítico y marxista. Relegado, escondido, silenciado por la academia y las “luminarias culturales”, Viñas se mueve en lo que él mismo describió como favelas y fachadas. Por supuesto, este escritor habita en la primera zona. No creo que por gusto, pero sí por su postura heterodoxa y siempre incómoda. Ni alabanzas de gusto, ni relatos de la derrota: ese puede ser uno de los ejes que Viñas defiende. Y eso alegra y llena de esperanza. Por eso esta entrevista que le realizaron hace pocos días en la revista Ñ. Seguramente escueta con respecto a todo lo que dijo. En sus palabras se leen el compromiso y la mirada lúcida de un escritor que supera los ochenta años y no se detiene. Luego de leerla, empecé a buscar viejas entrevistas, fragmentos de sus libros y notas sobre su obra. Encontré una de 2006, escrita por Guillermo Saccomanno, en referencia a la publicación de la novela “Tartabul”. Como señaló el propio Saccomanno en ese artículo: “La biografía de David Viñas no patentiza con simpleza las contradicciones de cualquiera de los escritores argentinos: las exaspera”. Un buen síntoma en momentos donde la hegemonía del pensamiento único está en crisis y se viven los nacimientos (y regresos) de un pensamiento crítico. Entonces los dejo con Viñas, el intelectual, el escritor, el exiliado y el padre de hijos asesinados por la dictadura. Viñas, el que pone el cuerpo).


Un tipo de bares Viñas. Llegó media hora temprano a La Paz y buscó rápido el fumadero. La cita era para hablar de Los dueños de la tierra, que ahora se publicó en versión de novela gráfica. Se sentó en la única mesa libre y pidió una gaseosa, un café doble y tres medialunas. De manteca. Cuando iba mordisquear la primera se liberó otra mesa. Más grande y pegada a la ventana. Buscó la ventana Viñas. Desde allí observó la calle Corrientes, aunque sea avenida. Saludó. Lo saludaron. Y clavó su vista en los diarios. De éstos, además de la política, le preocupa que los suplementos culturales hablen tanto de Borges. Viñas fuma y se quita la boina. La charla arranca en voz alta. Es casi una entrevista pública en el fumadero, en las tinieblas de La Paz.

-¿Ya vio la novela gráfica de Los Dueños de la Tierra que acaba de publicar De la Flor?

-Pensé, claro, el medio es el mensaje. Apunta a un auditorio juvenil. Son cuadritos, historietas, o como se llame. Es para un público específico. Y me tomó por sorpresa, porque hace años Piglia hizo algo parecido para la revista Fierro. Yo no me quise meter, porque es una novela que se publicó en el año 1958, viejo. Eso ya está.

-En el prólogo Kreimer, el guionista, cuenta que la escribió antes, cuando usted tenía 28  años, en 1955...

-Eso no lo recuerdo exactamente, porque en realidad el relato esta muy vinculado, corrido desde ya, al recuerdo de mi padre y de mi madre.

-Claro, Vicente y Yuda (personajes de la novela) son en cierto modo ellos dos, sus padres...

-Como que mi hermano nació en Gallegos, querido. Pero pasó mucho tiempo. Yo ya tengo bisnietos. En la diáspora, en California, no acá.

-Algo conozco de esa historia...

-A la madre, mi nieta, Inés, la dejaron abandonada cuando se llevaron a mi hija (desaparecida). La dejaron en el zoológico, bebita. Una locura querido. La ubicaron porque tenía la cadenita. Lo ubicaron al abuelo, al pintor, Gigli. Y ahora Inés tuvo un hijo, y le puso Lorenzo (nombre de otro de los hijos de Viñas, también desaparecido).

-Qué historia…

-Por otro lado mi hermano Ismael me manda una foto de su primer nieto, una maravilla el pibe, y me pone detrás de la foto que ese es Antonio, y que le dicen Tono (se ríe). Es madrileño querido. La diáspora.

-Pero allí están, sabe de ellos al menos.

-Mi nieta estuvo acá, hará dos años. Ella escribe en español. (risas) Yo la conozco poco a ella. No la toqué... Son mis limitaciones. Por otro lado, el hermano de su mamá, Lorenzo Ismael se llama, se llamaba... Es demasiado viejo, fue una barbaridad. Dos chicos de 20 años. Y yo estoy grande, 83 años querido.

-Pero está trabajando...

-Sí, sí, pero ya no escribo. Publicamos una historia de la literatura argentina del siglo XX,  ya ahora sale el tomo 5, de 7. Se llama De Alfonsín al Menemato. Pero no lo he visto en muchas librerías. No se por qué.

-Hablemos de los Los Dueños de la Tierra entonces, de está versión en novela gráfica que sí está en varias librerías, dijo recién que lo sorprendía...

-No quiero dar un juicio, no puedo, es como si hablaran otro idioma para mí. No lo entiendo.

-No lo seduce la posibilidad de acercarse a un público distinto, más joven, que es de algún modo la zanahoria de la editorial

-Ya le digo, no se qué pasa con eso. La novela es muy cinematográfica. Y se han hecho muchas ediciones. La última en Cuba. ¡Con una tapa gauchesca! ¿En qué estaban pensando?

-Esta es una buena tapa, no le parece (le muestro una edición de Plaza & Janes, la imagen de un fusilamiento, abre el libro, mira la dedicatoria a sus hijos, resopla)

-Una barbaridad querido, es muy fuerte, Página/12 nunca publicó sus fotos, ¿por qué? (se queda en silencio). A esta edición no la recordaba, me gusta la tipografía, aunque la letra es algo chica.

-La novela gráfica y las reediciones hablan de la actualidad de esta novela, escrita hace más de cincuenta años. ¿Coincidirá con eso?

-Sí, es así. Entre otras cosas, es la lucha de clases. La revisé estos días, a partir de la historieta. Y hay una escena en la que torturan a Stocker, y después vienen los fusilamientos. Mucho de ese material viene de mi viejo. Porque Yo soy Soto, (Soto es uno de los obreros patagónicos en la novela) es un cuento escrito por mi viejo. Yo soy Soto. Incluso, una vez mi viejo me dijo: ese cuento me lo rapiñó Jauretche (risas). Mi viejo contaba que los dos jóvenes radicales que estuvieron con el viejo Yrigoyen cuando murió, acá en la calle Sarmiento, eran él y Jauretche.

-Y tiene particular importancia que el personaje de Vicente, como su padre, haya sido juez...

-Lógico. Está en el libro. El aspiraba al consulado de París. Para zafar de la Patagonia. ¿Vos sabés lo que era la Patagonia en 1920? Podría mostrarte fotos, pero se perdieron. Y en la película, lo hacen aparecer con corbata..., no tienen idea de lo que era ese lugar, Río Gallegos, uhhhhhhhh era una aldeasa... había fotos...

-Y está la crítica a aquél gobierno, al sistema, por su inoperancia, que en la lucha de clases sabemos a quien favorece...

-Le bajan la caña al viejo Yrigoyen, pero vos qué crees, ¿que era un maldito? Era como el viejo Illia, capaz de no robarse una pluma. Además ya era un hombre muy mayor, tenía casi 80 años... Pensá vos que él nunca habló en público, sobra con mirar las fotos.

-¿Qué clase de oligarquía quiso mostrar con el personaje Brun, (inspirado en los Braun Menéndez)?

-Era gente muy arraigada en el sur, nuevos ricos, como los Santamaría, que eran meros comerciantes, como otros muchos inmigrantes que se enriquecieron así... Fíjese, que entre los 1880 o 1890, aparecen por primera vez los apellidos dobles. Paz, Sarmiento, Moreno no usaban doble apellido. Mire sino a Bioy Casares, su padre firmaba Bioy.

-Estos grandes temas, ¿fueron barridos de la literatura?

-Claro, hoy aparecen princesas bizantinas. Pero también he leído una gran novela sobre la guerra del Paraguay, Gálvez. Y ahí hay una separación.

-¿La denuncia social, no tiene lugar en la literatura hoy?

-No. Tal vez como un rechazo frente al realismo. Qué están haciendo viejo. Hay trabajos sobre el realismo de Homero para acá. Les parecerá simplista, qué se yo.

-¿Qué otra cosa le preocupa?

-El vértigo que el mercado le impuso a la cultura. ¿Cuántos Gary Cooper hay hoy, de cuántos necesita la industria para subsistir? Todo está condicionado por la aparición permanente de novedades. Quizá sea esclerosada mi perspectiva. Pero se mueven intereses fenomenales. Y hay una reacción frente a la política en general y al presunto realismo. Ahora se escribe en serie, en parte como resultado de la despolitización de literatura. Hasta Piglia escribe policiales.

-Usted se ha cansado de decir que cualquier teoría estética termina siendo, al fin, teoría política, todo lo que hablamos, ¿no desmiente esa afirmación?

-Yo no lo veo así, pero quizá sean mis limitaciones. Mire, yo estoy leyendo más ensayos que ficciones. Y podría hablar de María Pía López que escribió un libro muy duro sobre Sabato y otro sobre Lugones que es excelente. Y leí un libro sobre Goebbels. Uh, qué delirio, qué locura. La mujer envenenó a sus seis hijos. Y otras cosas que nunca había leído, sobre la campaña japonesa. Estoy actualizándome sobre la Segunda Guerra Mundial, que antes se veía de manera muy anecdótica. Son libros feroces.     

-¿Qué temas de la actual coyuntura argentina debería asumir nuestra literatura?

-Y claro, a mí me invitaron para incorporarme al grupo K. No me convencía. Pero claro, si tengo que situarme, leo La Nación, y es un diario cada vez más clerical y más reaccionario. No puede ser. Con esto no estoy diciendo que soy K, y cuando me invitaron yo propuse que el grupo de intelectuales llamara Rodolfo,  por Rodolfo Walsh y Rodolfo Ortega Peña, incluso propuse una revista con ese nombre, porque un grupo de intelectuales...

-¿Se refiere a Carta Abierta?

-Sí. Y estoy disconforme con la elección, con los rasgos tácticos del lenguaje que emplean, no me convencen...

-¿Y desde el lado ideológico?

-Ya le digo, siento un gran rechazo por los mismos que ellos rechazan. Pero hace falta más análisis político. La revista y el grupo que yo propuse, debía el nombre a Walsh y a Peña. Nos juntamos acá, en el bar La Paz, mire. Dos intelectuales argentinos asesinados acá a la vuelta, viejo. Qué es K, ¿Kafka? Adhiero, pero un intelectual no puede ser oficialista. Perdón.

-Pero supongo que acepta el hecho de que sean intelectuales militantes...

-Militantes sí, pero me guardo siempre un espacio de crítica.

-¿Y cuáles serían los límites para esa militancia?

-Si sos oficialista tenés que hablar de fulano de tal o fulana de tal. Yo saludo su iniciativa, pero prefiero guardarme ese margen de discrepancia permanente.

-Con eso que dice se pone en sintonía con voces tan opuestas como la de Pérez Esquivel y Beatriz Sarlo, por nombrar sólo a dos...

-Bueno, Beatriz está en esa ristra, y se hace muy evidente esa cosa de sistemática oposición.

-Hablamos de Soto, de Stocker, los luchadores en Los dueños… ¿cómo ve la organización obrera ahora?

-En una gran crisis. Tendría que hacer el análisis de Palabra Obrera, de su vocero, que utiliza a Almafuerte. Tiene la retórica de la vieja izquierda. Yunque, Almafuerte, Altamira... ¿Altamira? ¿Qué ves vos que yo no veo? (se pone la mano como visera). ¿Altamira te llamás vos? Almafuerte, Alvaro Yunque, Guijarro, todos eran duros. Así nos fue. (Hace referencia a José Saúl Wermus, fundador y líder del Partido Obrero). Está atorada la izquierda...

-¿Es para tanto lo del nombre?

-Y claro, es un síntoma, nada menos que la elección de tu emblema, de tu nombre (otra vez se pone la mano como visera, y mira desde arriba). Discrepo. No lo conozco. Pero es un nombre, un nombre elegido. ¿El hijo de Justo cómo se llamaba? Lobodón Garra.  Es un nombre de izquierda.

-¿Cómo ve entonces el papel del sindicalismo, de dirigentes como Hugo Moyano…?

-Todas las contradicciones y elementos de confusión en la coyuntura actual las concentra la historia del peronismo. La desaparición de un líder omnipresente condicionó los rasgos que tiene el peronismo ahora. Advierto, que (José Pablo) Feinmann y otra gente, le baja la caña a Perón, al último Perón, al que los echa de la Plaza...

-¿Cómo evalúa ese cambio en el discurso, como una reivindicación de la izquierda peronista?

-Más que esa reivindicación, hay una evidencia de quién es Perón. Yo lo discutía con mis hijos. Perón, Teniente General de la Nación. El primero de octubre de 1945 dice el Ejército, la Policía y los trabajadores. Ya le digo, Feinmann está escribiendo a contrapelo, y dice cosas graves.

-¿Y usted, tiene algunas cosas graves que le hayan quedado sin publicar?

-Bueno, lo que ya le dije. Esa historia de la literatura argentina en siete volúmenes. Y la editorial Razón y Revolución está reeditando cinco libros míos, entre ellos Dar la cara, Prontuario…Y sí, tengo también un libro, que todavía no se lo mandé a nadie. El año que viene tal vez. Déjenme hablar de Pons, se titula. Es autobiográfico. Empieza con alguien que en el colegio es sometido a un interrogatorio. No se si saldrá, hay un espacio muy restringido.

(Horacio Bilbao, Revista Ñ)

Poner el cuerpo


1
El Negro Fontanarrosa me contó que, de pibe, su primer enganche con la literatura argentina fue a través de Viñas: “Los personajes de sus novelas –me dijo el Negro– hablaban como mi viejo. No hablaban de tú. Y puteaban”. Además, convinimos con el Negro, en esas novelas se cojía. Con jota, cojer. Daba la impresión de que por primera vez se cojía en nuestra literatura tan pacata. El 24 de diciembre pasado, me acuerdo, entré en la librería Losada y lo encontré a Viñas en una mesa del bar. Conversaba con un muchacho italiano, profesor de literatura. Viñas me invitó a la mesa. Le dije que me gustaría hacerle una entrevista, tener con él una charla sobre su obra narrativa. Porque en los últimos años su producción ensayística, la crítica, opiné, pareciera haberle hecho sombra al escritor de Los dueños de la tierra, Un dios cotidiano y Hombres a caballo. Viñas respiró, tomó aire, resopló y se atusó el bigotazo. Pensé entonces –y lo sigo pensando ahora–: es fácil reportearlo y con sus declaraciones, siempre frontales, recortar una frase que arme un escandalete en la parroquia literaria. “Viñas de ira”, parodió Viñas acordándose. Hablamos un rato acerca de lo que se publica, de la uniformidad en ese formato que las editoriales persiguen para cumplir con lo que se supone es el gusto del mercado. “La muerte del sujeto, mi viejo”, dijo Viñas. Y no era un rezongo. Iba en serio. En esos días, Viñas viajaba a Cuba. Quedamos en que lo llamaría a su vuelta. Arreglaríamos un encuentro. Pasaron más de seis meses desde entonces.

2
La biografía de David Viñas no patentiza con simpleza las contradicciones de cualquiera de los escritores argentinos: las exaspera. Crispa, ésta puede ser la palabra. Las contradicciones provienen de su formación: colegio de curas, colegio militar (donde fue dado de baja, según escribió, en el ‘45, por insubordinación ante tropa armada). Después sigue: presidente de la FUBA antiperonista (de ese tiempo, una anécdota: cuando Jauretche, funcionario del Banco Nación, lo mandó preso durante una huelga), pero cuando Evita se está muriendo, se entibia su apreciación de las masas descamisadas a las puertas del hospital como cuadro tolstoiano y no como rejunte plebeyo (Viñas, cabe acotarlo, le toma el voto a la Evita agonizante en el Hospital de Lanús: hay una foto. Y después, en un noticiero de época, se lo ve bajando las escaleras del hospital con la urna). Más tarde, Contorno, el cóctel del marxismo con el existencialismo. Contorno puede ser una movida sobrevaluada, pero lo indiscutible es que ahí hay, en lo literario, ejes imprevistos hasta entonces: la relectura del peronismo, de Arlt, de Mallea y de Marechal. La intelectualidad más crítica de entonces: su hermano Ismael, León Rozitchner, Noé Jitrik, Carlos Correas, Oscar Masotta, Ramón Alcalde, Rodolfo Kush, entre otros. Masotta, el más sartreano: “Hasta se estiraba los ojos hacia atrás para ver si lograba el estrabismo de Sartre”, ha contado Viñas. En Contorno, Masotta publicaría su artículo “Sur o el antiperonismo colonialista”. Contorno es la búsqueda de comprensión del hecho maldito del país burgués, como lo llamó Cooke. Viñas es el gesto adusto, el bigote entre marcial y mexicano a lo Zapata, de prócer (a su modo, debe ser consciente Viñas: ha sido canonizado prócer, argumento que sirvió no hace mucho para despacharlo de la Facultad de Filosofía y Letras –¿a quién se le ocurre parar un cuatrimestre en Walsh?–, pero el prócer –resistiéndose albronce en vida– persiste en su oficio y dirige hoy la revista de crítica literaria El Matadero y coordina un proyecto de historia social de la literatura nacional). Viñas es, además de una prosa, una imagen pública en consonancia: se acoraza en una seducción recia. (Una secuencia de sus sucesivos retratos en sus libros probaría esta afirmación.) Además, si como alguna vez lo sostuvo, “las solapas son un género literario”, no lo son menos las fotos que un autor propone a lo largo de su obra. A propósito, Viñas es también paradigma de galán veterano de los intelectuales argentinos: su arrastre con las alumnas, como se comenta, sumado a un flirt a lo Miller-Monroe, pero en versión local, con Soledad Silveyra, idilio que deparó su alboroto chismoso y la tirria de los castrati.

3
A menudo, Viñas ha dicho que los intelectuales comprometidos argentinos se suben al caballo de la historia por la izquierda y se apean por la derecha. El Viñas comprometido de antes, ahora está, a los ochenta, más combativo que nunca. Combate: un rasgo que, a veces abusando del refunfuño en el estilo, se constata en cada una de sus intervenciones, de sus artículos y en el enfoque de la literatura argentina con su relación sempiterna con la política. Lo que ha generado la inquina de que se reseñara su labor crítica como una novelización. Epopéyica, se ha dicho de su visión de la historia de la literatura nacional. Pero, ¿qué pretendía esa crítica de presunto rigor académico? ¿Que el escritor, por practicar la crítica, el ensayo como forma, debía renegar de su oficio de narrador? ¿Que no concibiera justamente a través de un relato los viajes cipayos de los intelectuales dependientes del centro? Imperdonable: la figura del crítico –para muchos, y parte del malentendido lo ha fomentado Viñas, por su afán de polemista, donde no tiene contrincantes– ha opacado la del narrador. Después de Hombres de a caballo la narrativa de Viñas se ha vuelto compleja: joyceana, se diría. (Volveremos sobre esta cuestión, lo joyceano.) Y ahí está Cuerpo a cuerpo, la alternancia de la estampa con el fluir de la conciencia, la acción y las palabras que confluyen, luchan y se enturbian, debiendo ser leídas bajo el iceberg en un tironeo violento, porque si hay un rasgo que define la literatura de Viñas (tal como él definió la literatura argentina a partir de Echeverría) es la violencia. La violencia de lo económico, lo ideológico, lo político, y ahí está lo nodal de su obra: en los cuerpos violados.

4
Más acá, contradicciones y arrepentimientos. O la autocrítica, en términos marxistas, como constante. En tono de comedia, Viñas ironiza en su nueva novela, Tartabul, sobre ese número de Les Temps Modernes dedicado a la Argentina en el ‘81, que él dirigió. No obstante, este hecho lo puso en el currículum de su Antología personal. Lo que no es una humorada es el revuelo que armó en el ‘90 su renuncia a la beca Guggenheim, una beca que no se gana si uno no se presenta. Viñas ha admitido que después de ganarla la rechazó. Sus argumentos: discusiones con los amigos, la conciencia de los Estados Unidos –país donde fue alguna vez profesor invitado, y ahora, en Tartabul, se recrean experiencias de campus–, Estados Unidos, digo, como potencia responsable de la muerte de sus hijos, a quienes dedica ahora su novela última. Lorenzo Ismael, arrojado de un avión al río. Adelaida, desaparecida. De esta experiencia de pérdidas no se vuelve. Viñas lo ha dicho: “Nadie olvida. Ni los verdugos, ni los humillados. Los verdugos, porque apretar una persona es una experiencia límite, feroz, infame, miserable. Y nosotros, las víctimas, tampoco olvidamos”. Desde acá resulta que acercarse a la literatura de Viñas es hablar inexorablemente de política: inseparables las dos. Así se explica que, siempre, sus declaraciones –esas que se recortan para el escandalete mediático facilongo: “Si me apuran, digo que Walsh es mejor que Borges”– provienende esa marca: la de víctima. Quien no comprenda esta marca, no comprende a Viñas: no se le puede discutir al cuerpo. En consecuencia, difícil separar la marca en el cuerpo de la marca en el papel.

5
Volviendo: el sujeto. ¿Por qué separar biografía y obra: las contradicciones? ¿Hasta dónde pueden aislarse unas y otras? A un tiempo, ¿se puede aislar el sentido de un discurso del contexto que lo produce? A Viñas, está comprobado, le importó siempre explicar el presente desde el pasado antes que andar haciendo borgismos, es decir, lances a futuro: esa historia de la eternidad. Entonces, ahora, Tartabul o los últimos argentinos del siglo XX. Viñas ha dicho que su propósito consiste en “actualizar los personajes de Los siete locos en la generación del Che”. Uno de los personajes clave, quizás el personaje, es el Chuengo, una especie de Carlos Correas, compañero de Contorno, que exhibía su homosexualidad de manera muy agresiva. El Chuengo, paródico, homosexual, traductor de Keats: “Me jode la tolerancia”, dirá el Chuengo. Y después: “Yo, pulastro”. Ahora, Viñas vuelve a la carga con su nueva novela: “Escribo por humillación”, dijo alguna vez. Y también: “Todo libro es una apuesta”. Ahora, escribir es, en esta novela, hacerlo sin renunciar a la esperanza, pero inscribiéndola en la rabia.

6
Desde sus orígenes, la narrativa de Viñas cumple un proyecto casi galdosiano. (¿Un Galdós nacional que en su estrategia narrativa ha cruzado la narrativa norteamericana, vía el existencialismo y Lúkacs, con lo criollo?) ¿Por qué no considerar sus novelas como “episodios nacionales”, pero “rabiosos” (para emplear un adjetivo arltiano): la Patagonia de los huelguistas fusilados, la Semana Trágica, el peronismo, las defecciones de la intransigencia radical. No se trata de novelas históricas: es otra cosa. Para Viñas, el pasado, como para Faulkner el del Mississippi, es un espacio donde articula su mitología personal (el pasado con los curas, el pasado con los militares, el pasado militante), pero también, en extremo, con la política. (A propósito de Faulkner, también Hemingway & Co.: habría que ver cuánta influencia hay de la literatura norteamericana en el primer Viñas y hasta dónde él, genio y figura, no rinde homenaje a los hombres sin mujeres. Y antes de cerrar el paréntesis, considerando Rodolfo Walsh, el ajedrez y la guerra, ¿qué son si no arquetipos de machos solitarios Walsh y él, durante los ‘70, en una isla del Tigre, fantaseando en torno de una Evita guevarista?). En Hombres de a caballo, su novela del ‘67, es donde empieza a imprimir un giro en su escritura de ficción. La novela, dedicada a Carlos del Peral –el guionista y letrista de Pajarito Gómez–, Rodolfo Walsh y Mario Vargas Llosa, es un relato que hurga entre los entresijos del militarismo (Viñas dirá más tarde, autocrítico, que no alcanzó a ligar los milicos con lo económico). La prosa de Viñas cambia. Distintos puntos de vista, pasajes en bastardilla para marcar el yo. Cabe una digresión: Proust le asignaba a Bergotte, el escritor que evoca a Anatole France, el atributo de suavidad. Una escritura suave. Pues bien, a partir de Cuerpo a cuerpo, publicada en el exilio en 1979 (y reeditada ahora, como mucha de su obra, pero con un capítulo menos), la prosa de Viñas se vuelve áspera. Hay un deseo entre escritores: agarrar de los huevos al lector y no soltarlo. Cuerpo a cuerpo comienza con una estampa en la que se reproduce esta acción, pero no ya con el afán de “interesar” al lector sino de agarrarlo y transmitirle la violencia a través del lenguaje: la escena se construye como ilustración, el diálogo entrecortado, la experimentación joyceana. Todo violencia menos suavidad. El procedimiento se extrema después en Jauría, Prontuario y Claudia conversa. Llama la atención: aquella intención narrativa que relumbra en sus ensayos desplegando las ideas, acá se corporiza y se convierte en detención –eso de la estampa–, pero también se vuelve primer plano deuna pintura sangrienta de Carlos Alonso (detalle: el artista también es padre de una militante asesinada por la dictadura, y surgirá alegórico en el final de Tartabul). Entonces, acá, una hipótesis: desde dos hijos muertos, la carnicería, es imposible articular un relato que no transmita las marcas del matadero en el cuerpo. Es verdad: hay quienes se fastidian aduciendo que es difícil leer a este Viñas. Pero lo que subyace en esta dificultad es una pereza educada a través de la literatura estándar, la novela fast food. No es Viñas el difícil. (Tan difícil, si se compara, como el último Onetti, cuando ya no le importaba.) Son los lectores anestesiados los difíciles. No hay lector más reacio a despabilarse que aquel anestesiado. Pero lo de los episodios, ahora en esta novela, adquiere otro carácter: actualización de relato de época fragmentado y episódico; Moira, la guerrillera chetona, la cautiva del chupadero, le ordenará a Tarta cómo contar su historia: “Sangrías, glosas, subtítulos (...). Aprendí a separar las palabras con un guión (...). Ahora, aquí mismo, estoy cruzada porque marcan cada uno de mis capítulos. Corregí, Tarta; borrá: poné episodios”. Y los episodios, esquirlas, se leen en esta novela –como no puede ser de otra manera– mutilados.

7
Joyceano, escribí hace un rato. Joyce, entonces. Tartabul arranca con un epígrafe, un dicho que cierra el Adán Buenosayres: “Solemne como pedo de inglés”. Durante un largo rato, entre los ‘60 y los ‘70, desde Primera Plana, se sostiene que Marechal es el Joyce argentino. Antes que preguntarse qué es ser Joyce, conviene detenerse en otra pregunta: ¿qué es ser un escritor argentino? Viñas fonetiza lo extranjero, chamuya lunfa, putea –eso que contaba Fontanarrosa– y se luce con la cita culta, se refocila en un humor zumbón y escarba en las llagas de lo macabro, que funciona como una respuesta a la pregunta adorniana local: ¿cómo escribir después de la ESMA? Un aforismo hindú (¿apócrifo?) proporciona una contestación: “Si te caés al suelo, usá el suelo para levantarte”. (Viñas, que conste, ya había intuido lo que hay en la tortura en Un solo cuerpo mudo, 1963.) Lo dramático, ahora: robarle la pistola a un cabo de policía para ingresar a la guerrilla. Paula y su hija, entre los jóvenes que el Viejo echa de la Plaza. Quizás uno de los momentos más pavorosos: en los ‘70, la ejecución de un militar en el fondo de un taller mecánico. Hay más: la prisionera violada y sometida por el represor, embarazada de él, y el represor metejoneado que la lleva a abortar en un vehículo con escudito a una clínica de Floresta. Y más tarde, en democracia, el encuentro con el represor, su seguimiento, la imposibilidad de venganza. (Esta parte, promediando la novela, precedida con reflexiones sobre Borges.) Metáforas, muchas: Avanzaron las aguas, se desbordó el Riachuelo, una sudestada sin piedad y las cosas que se vieron en los zanjones. A menudo, arranques poéticos: Llovían ataúdes. Fuego. Lluvia de ataúdes en llamas. ¿Los fierros de nuevo?

8
En la novela, en un gesto que aspira a la verosimilitud desplazando lo ficcional, surgen, como en un cameo, personajes reales como Rodolfo Walsh, Boris Spivacow, Carlos Monsiváis, Herman Schiller, Sara Gallardo, Osvaldo Bayer, Inda Ledesma, Roberto Cossa, César Fernández Moreno, Ricardo Piglia, Santiago Kovladoff, Germán García, Beatriz Sarlo y Horacio Verbitsky, entre otros. Para algunos, un guiño, un homenaje. Y para otros, una palmada, una chicana, la indirecta punzante. La novela, entonces, como recurso ficcional, al incrustar seres reales, se torna a la vez payada y se cuestiona a sí misma. ¿En qué lengua está escrita Tartabul? Está escrita en Viñas. (Una pregunta lateral, pero no tanto: ¿y si lo que Viñas hace con la novela fuera una indagación similar a la que hace Celán con la lengua de sus verdugos?) Si Tartabul toma como premisa de elenco Los siete locos, despega desde el inicio de esta apoyatura, y el salto que pega esel de una novela loca. (Digamos: lo que Saluzzi es a Piazzolla. Una abstracción que, partiendo de cosas concretas, consigue un ritmo que no se encuentra a la vuelta de la esquina.) Tartabul es una vasta partitura coral de los argentinos de fines del siglo XX, sí, pero también la de los argentinos revolucionarios de clase media de los ‘70, luego oportunistas con maquillaje, acomodados al rumbo de los ‘90. (Aclaremos: el título de la novela es el nombre de un bufón, Tartabul, que divierte a los financistas de La bolsa, la novela xenófoba de Julián Martel, que describe, pionera, la marea especuladora de la City cien años antes.)

9
Cuando Masotta decía que cualquiera que hubiera leído a Sartre podía haber escrito su ensayo sobre Arlt, se chingaba en la boutade. Faulkner, casi en los mismos términos, pero menos “sartreano”, sostenía que Hemingway o Fitzgerald podían haber escrito sus novelas de no haberlo hecho él. Lo que se elude con esta cuestión del “cualquiera” es la cuestión del sujeto. Si cualquiera puede, nadie es responsable: la responsabilidad se disuelve. Para discutir: ¿quién escribe qué? La noción de autor es la del sujeto. Volviendo: el caso Joyce. Las literaturas “menores”, las “pequeñas”, esas que se forjan a sí mismas al margen, en la periferia. La literatura irlandesa, pensemos. (Una asociación: lo que puede unir Un dios cotidiano con la trilogía de pibes pupilos en un internado, los cuentos de irlandeses.) A Joyce, preguntémonos, ¿le importaba su traducción? Desde el vamos, todas las traducciones de Joyce renguean (y en particular los amagues vernáculos de volcar las pesadillas de Finnegan’s, el tabernero borracho, al español). Es en este punto que Viñas se vuelve irlandés. Si un libro de narrativa argentina actual no tiene expectativa alguna de ser traducido, justamente, es Tartabul. Tarea prometeica traducirlo para quien no domine no sólo “el lenguaje de los argentinos”. Entonces todo este rollo de la traducción se resignifica: lo que importa no es tanto ser leído sino cómo. Y este cómo –hoy, que estar a la moda es estar globalizado– se resignifica: importa también dónde ser leído, por quiénes. Entonces, el traductor imaginario debería, entre otras situaciones, asumir una historia, un cuerpo, sus marcas (los hijos muertos, las novelas, los ensayos, los debates, la imagen pública). Es decir: una identidad. Ser Viñas.

10
Pensar hasta dónde la operación de lectura que exige esta novela no es acaso el desafío que implica erigirse, de lejos, en el Ulises nacional. ¿Por qué no pensar Tartabul como un poema en prosa, que se afirma en lo social desde la reminiscencia íntima, la evocación y la cita? Entonces, lo que va de los Dublineses al Ulises en Joyce es lo que va, en Viñas, de Las malas costumbres a Tartabul. El trayecto configura el blanco contra el cual Viñas escribe. Como me lo había dicho esa tarde en Losada: “La muerte del sujeto, mi viejo”. Quizás eso que me había dicho era, al modo de un Vizcacha zen, la respuesta a todas las preguntas que podía hacerle. Preguntarle qué, me pregunto. Ni oráculo, ni sabio: en esa respuesta, conjeturo, está todo. La summa Viñas. Todas las respuestas son una y están en esta novela. Subvirtiendo el valor de la inmanencia del texto, la escritura, refutándose a sí misma. La narración de la Historia y sus historias como acto. Lo que cuenta.

(Guillermo Saccomanno, 9 de julio de 2006, suplemento Radar de Página/12)

miércoles, 17 de noviembre de 2010

“Prensa Latina nació en la Sierra Maestra”


(La entrevista fue realizada en La Habana, entre enero y marzo de 2010, y publicada en la edición gráfica de Resumen Latinoamericano y en su portal web.  La foto de Mainadé es de Yamila Blanco). 

Separar la vida de Mario Mainadé Martínez de la historia de la agencia Prensa Latina es imposible. Fue uno de sus fundadores junto a Jorge Ricardo Massetti, periodista argentino que llegó a Cuba con la simple y titánica idea de entrevistar a Fidel Castro en la Sierra Maestra para transmitir el material en radio El Mundo de Argentina.

Massetti sería entonces la cabeza de la agencia cubana luego de la revolución y su derrotero lo llevaría a terminar sus días en la provincia de Salta, comandando el Ejercito Guerrillero del Pueblo (EGP) a mediados de la década del sesenta.

Cuando se ingresa a los pasillos de Prensa Latina, ver a Mainadé Martínez, con sus setenta largos años, es una imagen donde se mezclan la militancia política, el deber y, sobre todo, el oficio de un periodismo aprendido en la necesidad de combatir.

En una extensa conversación con Resumen Latinoamericano, este hombre de hablar pausado y con un pronunciado son cubano recordó el primer encuentro entre Massetti, Fidel y Ernesto Guevara, y la posterior idea de crear una agencia de noticias diferente que sirviera para unir a Latinoamérica. También rememorará las visitas nocturnas del Che a Prensa Latina, el intento de secuestro a Massetti en Costa Rica y la figura de otro periodista argentino, Rodolfo Walsh, al que no duda de calificar como un hombre “íntegro”.

Dejar que las palabras de Mainadé Martínez relaten su vida es la mejor forma de conocer una parte importante de la historia del periodismo y de la revolución cubana.


Un periodista argentino en busca de Fidel

La revolución se hallaba en su paso decisivo, era principio de 1958 y ya estaban en gestación y formación las distintas columnas que iban a invadir el occidente cubano. A la Sierra Maestra llegó un día un periodista argentino que estaba buscando a Fidel para hacerle una entrevista. Se da la coincidencia de que uno de los hombres que se encuentra a Massetti es de la columna del Che, entonces lo llevan y se identifican como argentinos. Inmediatamente se establece eso que se llama un nudo, un sentido de hermandad entre ellos. Comenzaron a hablar sobre los intereses de Massetti para la estación de radio donde trabajaba, y el Che le sirve de puente para que Fidel lo recibiera. Poco después, como a las dos horas, se aparece un personaje y dice que Fidel venía. Ese personaje era Juan Almeida. Entonces se establece un vínculo entre todos ellos y realmente no fue una entrevista, sino una conversación sobre la revolución, cómo surgió el Movimiento 26 de Julio, la vida del Che, cómo llegó a Cuba, cómo lo conoció a Fidel. Después ya pasaron a la parte de lo que iba a ser la revolución en sí y por dónde andaba: si estaba por el principio o por el final. Lo importante es que Massetti le hace una buena entrevista a Fidel, pero también le hace una magnífica entrevista al Che, porque había más afinidad en el sentido de la hermandad, eran personas de la misma nación. Ahí Fidel le habla a Massetti de sus proyecciones continentales, que era necesario cambiar la estructura de Cuba de aquella época y que él aspiraba a hacer eso y más, aspiraba a llegar a las posiciones martianas porque José Martí es el apóstol de nuestra revolución. Fidel le habla de todo eso, hasta que pasan a la cosa de América Latina y ahí Fidel le da las primeras ideas de lo que sería la revolución cubana de triunfar. También dieron sus opiniones el Che, Almeida, entonces establecieron un vínculo.


La vuelta de Massetti a Sierra Maestra

¿Qué pasa? Massetti estaba apurado para llegar para dar la información, salir de Cuba para Argentina, pero en ese trayecto se pierden las grabaciones, entonces tiene que regresar, volver a hacer la entrevista. Eran momentos de ofensiva de la revolución contra el gobierno de Batista, aunque sus fuerzas estaban en plena ofensiva también. Tuvieron que irse entonces para un lugar más secreto, más profundo en la Sierra Maestra. El lugar no se ha sabido. Massetti le traía a Fidel algunas ideas de cómo había asumido su emisora todo lo que contó con respecto a la personalidad de Fidel, que había un argentino también al frente de una columna, todo aquello redundó en que la segunda entrevista fue mejor que la primera, porque Fidel ya tenía una concepción más fuerte de cómo iba a enfocar su gobierno y las declaraciones le gustaron más a Massetti, según os confesó después. Ahí surge la idea de que la revolución debía tener una agencia de noticias para terminar con el monopolio de AP, de la UPI, desde el punto de vista latinoamericano. Realmente Prensa Latina nace en Sierra Maestra, en ese cambio de impresiones entre Massetti, el Che y Fidel. Se llega al acuerdo de que si triunfa la revolución, debe tener una agencia que no se parezca a las que están vigentes y defender los intereses populares y los del pueblo latinoamericano. Y trabajar también para que exista una revolución en América Latina que cambie los conceptos de aquella época.


Días y noches en una redacción

Cuando triunfa la revolución, inmediatamente le caen todas las agencias, los periódicos y las revistas norteamericanas en contra. Massetti es de la idea de que vinieran los periodistas norteamericanos y se hace una invitación para que llegaran a Cuba. Aquello constituye un éxito desde el punto de vista de la asistencia, no de lo que dijeron después, dijeron miles de cosas que eran contrarias a la revolución, pero sí se logró el éxito de hacer ese trabajo. Massetti fue protagónico en eso, porque trajo mucha gente simpatizante con la revolución en ese momento y que tenían posiciones progresistas. Después, el funcionamiento era entrar por la mañana, pero no saber cuando se salía. A veces nos pasábamos dos o tres días sin ir a la casa. Porque Massetti salía a hacer una diligencia para beneficio de Prensa Latina y a veces eso se convertía en vernos al otro día. Cuando él conversaba o se encontraba con alguna autoridad de peso, ya se la quería ganar para Prensa Latina. Si iba a la Asociación de Reporteros y veía a un periodista que le interesaba y le gustaba en su conversación, también quería traerlo para acá. En los primeros tiempos Prensa Latina muchos periodistas latinoamericanos, o sea que era un piquete de cubanos y latinoamericanos. Los latinoamericanos con mucha más experiencia que la nuestra porque aquí no había ninguna agencia de noticia que tuviera como corresponsal un cubano. La primera que establece ese vínculo es Prensa Latina a través de Massetti.


El Che, Massetti y un secuestro

Bueno chico, el Che venía todos los días y nunca dejó de venir. Llegaba sobre las diez de la noche a cogerle su tabaco a Massetti, entonces arreglaban el mundo. De ahí salieron muchas cosas interesantes que Prensa Latina desarrolló posteriormente. El tránsito de Massetti fue rápido, porque siempre tuvo en mente hacer lo mismo que el Che e ir a Argentina para hacer una revolución. Lo intentó y realmente lo hizo, no salió como se esperaba y eso es otra cosa, pero era su idea central. Mientras estuvo aquí fue a un viaje a Costa Rica, donde se presentó una reunión de la OEA y lo secuestraron, pero había periodistas cubanos, y uno de ellos vio el momento en que lo metían en un automóvil y se lo llevaban. Había uno que estaba abajo esperándolo a Massetti con la máquina de escribir y siguió el carro. Cuando no te toca, no te toca. Entonces vieron a dónde lo metieron, todo el mundo se movilizó y se aparecieron ahí. Llamaron a Raúl Roa, que era nuestro canciller en aquel momento, y Roa inmediatamente fue para allá. Según nos informaron después, no era una cárcel, pero era un “lugar” para conversar, hacerle un interrogatorio y tratar de enmarañarlo, pero Massetti ya estaba muy alertado y había cogido mucha cancha.


El hombre íntegro

Rodolfo era una persona, antes que nada, íntegra. Era un hombre muy sincero, honesto, un magnífico revolucionario, un hombre idealista y que se consagró a ayudar a Massetti. Decir otra cosa sería mentir. Walsh, sobre todo, era muy inteligente y él se mantuvo aquí mientras se mantuvo Massetti. Su idea era también integrarse a la organización que Massetti iba a crear y trabajar junto a él. Fue perseguido de forma muy dura, tanto es así que lo acosaron y fue asesinado vilmente. Pero era un gran periodista y aparte era un gran articulista y ayudaba a todo el mundo. Ayudó mucho a Massetti en la organización de la agencia, era el segundo. Rodolfo además siempre tenía las puertas abiertas para todos, a hablar con él iba hasta el hombre de la limpieza. Nosotros sencillamente sentimos mucho la muerte de Rodolfo Walsh y aquí todos los años se le hace un homenaje. Rodolfo, que era el jefe de servicios especiales, después orientó a compañeros latinoamericanos que se fueron de Cuba para hacer artículos sobre las situaciones en sus países y sobre qué podía surgir de la coyuntura que había creado la revolución cubana.


Una agencia en plena guerra

El proceso de evolución de la agencia tuvo altas y bajas, porque cuando comenzó, debido a la calidad del personal, inmediatamente tuvo repercusión en América Latina. Sobre todo, después que Massetti empezó a trabajar. El conocimiento de muchos periodistas latinoamericanos que pasaron por aquí, no a trabajar, pero sí a conocerla, sirvió mucho. Eso hizo que la agencia surgiera. Después de la invasión a Playa Girón, la agencia se mantuvo fuerte, pero ya empezaron las presiones. Lo primero que vino fue la voladura del barco Le Cubre, donde murieron doscientos treinta cubanos y la mayoría de los marinos. Girón fue un golpe que solamente en setenta y dos horas se pudo detener porque al frente estaba Fidel. Y le caímos hasta a cañonazos a los barcos norteamericanos. Eso sirvió mucho para fortalecer la revolución cubana, porque todo el mundo creía que ahí nosotros terminábamos. Trabajando ya la CIA aquí, se le dio fuego a otra tienda que se llamaba La Época y empezó el sabotaje a los cañaverales, tiraban bombas a los ingenios azucareros. Estábamos en guerra prácticamente. Tuvimos la solidaridad de muchos países de América Latina y del mundo, también tuvimos mucho reconocimiento de la Unión Soviética que nos ayudó para mantenernos durante esa guerra y de otros países socialistas que colaboraron con Cuba. Pero luego tuvimos una caída, porque todo el mundo necesita comer y sus pesitos para mantenerse, entonces los compañeros latinoamericanos fueron buscando el país dónde irse y nos quedamos nada más que los cubanos, pero siempre tuvimos el apoyo de ellos.


El periodismo y la nueva generación

La prensa de hoy no es la misma de cuando empezamos. Nosotros, producto de los mismos que nos formaron, éramos prácticamente soldados, que seguíamos esa consigna y ese sentido de Martí que decía “tanto tiene el periodista de soldado”. Nos sentíamos soldados, lo practicábamos, creamos las Milicias Nacionales Revolucionarias, hacíamos entrenamiento y guardias en la agencia. A veces nos pasábamos dos días aquí porque teníamos guardia y no podíamos ir a la casa porque vivíamos muy lejos. Al otro día a las siete de la mañana estábamos trabajando en la redacción. Había algunos que trabajaban aquí y a su vez en Radio Reloj o en la televisión, entonces la vida nuestra era muy dura. Pero era y sigue siendo un deber trabajar para la revolución. La juventud de hoy no pasó lo que pasamos nosotros, las tensiones que vivimos, ahora el estudiante viene y nosotros lo ayudamos en todo sentido. Desde que entran en la escuela de periodismo los estamos atendiendo porque ellos vienen siempre, cada seis meses pasan un mes, y se forman aquí durante los cinco años que estudian. No todos tienen el mismo pensamiento, como podemos tener nosotros que ya somos veteranos de mil batallas. Como me ven, ya tengo setenta y siete años y llevo cincuenta y dos en Prensa Latina. Llegué hecho un muchacho y aquí me he mantenido. Nuestros jóvenes además son críticos y analistas. A veces nos sentamos a escucharlos porque tienen fundamentos, poder de análisis, o sea que la juventud nuestra sigue avanzando.


“Cuba no pierde el ímpetu”

Otra cosa muy importante es que en este país había muchas clases, primero que nada millonarios norteamericanos dueños de todo. Después teníamos los hacendados cubanos con centrales azucareros y manejaban la agricultura. También teníamos a los políticos, que la mayoría eran intelectuales con una trayectoria que venía de la guerra de la independencia de 1895. Eran los dueños de los partidos políticos, eran ministros, todo eso hizo que hubiese clases. Estaba el pobre que pasaba una tremenda, pero había familias que tenían la oportunidad de ir a las mejores escuelas de Cuba y la oportunidad de trabajar, de crecer mental y económicamente de acuerdo con el color de la piel. Todo esto se ha ido superando gracias a la revolución. No quiere decir que todo esté terminado, en Cuba la lucha es permanente y seguirá siendo permanente, este pueblo no puede estar sentado, tiene que estar en movimiento. Y así es cuando Fidel citaba a los compañeros para que fuéramos a la Plaza de la Revolución. Eso es Cuba, Cuba no pierde el ímpetu, ni el sentirse parte de la revolución. Ahora, el cubano es crítico, se critica a sí mismo, eso es cierto, pero es una gente que cuando le dicen que hay que dar el paso adelante, está en primera fila. Por eso esta revolución siempre ha salido adelante a pesar de que ha tenido, y tiene, la presión más grande de la potencia más rica que hay en el mundo. Hay que tener la seguridad plena que Cuba no se dejará vencer. 

“La literatura es un juego muy bello y muy serio”


(Conocí la obra de Humberto Mata al poco tiempo de llegar a Venezuela. Simple y con profundas raíces en la tierra donde nació, Mata le da a sus relatos el ritmo suave de sus propias palabras. Esta nota salió publicada en la revista argentina Sudestada en 2009).

Si el río cruza la obra de Humberto Mata, su voz y las palabras de sus relatos forman el remanso donde se unen historias del Delta del Orinoco, el amor, el realismo, la soledad de la gente de a pie y hasta los enigmas policiales, que encuentran su horizonte en una Caracas indescifrable.

Nacido en Tucupita en 1949, este escritor venezolano cuenta con los libros Imágenes y conductos, Pieles de leopardo, Luces, Toro-Toro, Boquerón y otros relatos, y Revelaciones de una dama que teje, además de la nouvelle Pie de página.

Narrador, ensayista, compilador y crítico de arte, Mata realizó estudios de Ciencias y Filosofía en la Universidad Central de Venezuela (UCV), y actualmente se desempeña como presidente de la Fundación Biblioteca Ayacucho, una de las editoriales más importantes de América Latina.

Cuando se escuchan sus definiciones sobre literatura no hay estridencias ni grandes disquisiciones, sino la misma simpleza con la que explica y defiende la actual revolución bolivariana que vive Venezuela. Para Mata, no asumir una posición comprometida en el proceso encabezado por el presidente Hugo Chávez “es un crimen”.


Los orígenes y el río

“Eso es algo que comienza muy temprano”, dice Mata sobre sus inicios con la literatura, a los 16 años, con una idea difusa del oficio de escritor. ”Empiezo a escribir cosas, en general muy malas, pero empiezo a escribir y sigo escribiendo muy mal. En ese momento, especialmente mal. Vengo de algo así como una frustración por la música, es lo que quise ser y todavía quiero ser, músico, pero no funcionó. Por esas cosas del destino, para salvarme de eso, caí en esta otra maldición”.

En las lejanías del Delta del Orinoco, de la que emigró hacia Caracas a los 12 años, llegó también la lectura, hurgando la biblioteca de su padre e imitando sus pasos, conociendo las obras de Franz Kafka, Rómulo Gallegos, para después incursionar en  los libros del venezolano Salvador Garmendia, al que califica como “fundamental”, y de Jorge Luis Borges y Julio Cortázar.

Para Mata, estos escritores lo marcaron “en el hecho del rigor literario. Aunque la literatura es un juego muy bello, es un juego muy serio. En ellos vi la dedicación a la literatura, a la palabra y eso me interesó siempre muchísimo. Creo que para bien o para mal, eso marcó lo que hago”.

Volver a Tucupita y a los caños del Delta del Orinoco como forma de retener la memoria y ejercitar la ficción. Así explica sus cuentos donde ese lugar inhóspito se mantiene latente mientras sus días transcurren en Caracas.

“Quizá tuve la suerte de salir muy joven de allá –relata- Digo la suerte, porque aquello quedó como una memoria que se fue agrandando con los años. A los 12 años ya no estaba ahí, estaba en Caracas, entonces aquello comenzó a ser el lugar más importante para mí. Y no era el lugar que yo conocía más, porque me vine muy pequeño, sin embargo lo iba recreando en una memoria ficticia. El Delta se fue convirtiendo en algo  no conocido de lo profundamente añorado. Lo que sí conocí muchísimo fue el río, el caño Manamo que pasaba frente a mi casa”.

Si sus cuentos los define como “caraqueños”, a su vez no duda al señalar que “cualquiera que haya nacido cerca de un río está marcado por ese río” tanto en la literatura como en la vida. En su caso, esas aguas se transmiten en cuentos como Ekida, Guaniamo, Compuertas o Incendios, por nombrar un puñado, a lo que hay que sumar Pie de página, nouvelle donde una historia de amor, desencuentro y muerte tiene como escenario el Orinoco.

Mata repite que un escritor nacido en la ribera de un río “no tiene salvación, quiera o no, lo mencione o no en su escritura, el río ahí está necesariamente”.


Del policial a la fluidez

Aunque el ritmo de los cuentos de Mata sostiene el aire de pueblo, sus tiempos, costumbres e historias, al transitar relatos como Boquerón o El cansancio de A.P. Frachazán, la escenografía cambia abruptamente para llevarnos a Caracas, sus calles indefinidas y edificios grises, mezclarnos con el frenesí de la muchedumbre y tratar de resolver crímenes investigados por policías oscuros y taciturnos. En estos relatos aparecen entonces las influencias de Poe, pero también de Borges, con sus enigmas y laberintos.

“Boquerón es un falso policial, tengo varios que son todas mentiras. Lo policial me interesa como una introducción, pero después lo que hago es jugar con otras cosas y situaciones, que son las que más me interesan en el fondo. Cada vez que me meto en lo que es seudo policial, me meto por Edgar Allan Poe, no hay dudas”, sostiene.

Las claves, imágenes cifradas y datos escondidos en las páginas policiales podrían tener un plan previo, diagramado a la perfección y de forma milimétrica, pero Mata deja en claro que a la hora de escribir se deja llevar por la intuición.

“A pesar de que me impongo que voy a ser analítico, que voy a hacer todo perfectamente detallado, que voy a estudiar todo antes de lo que voy a hacer, es mentira. Puedo hacerlo todo, detallarlo, escribirlo y cuando me meto a escribir, voy a hacer lo que le de la gana a ese momento. Esto no tiene nada que ver con lo que planifiqué. En ese sentido, soy muy intuitivo. No sé si eso es bueno, pero soy así. Me dejo llevar muchísimo, no fuerzo la cuestión. Si el personaje que pensé que iba a tomar agua empieza a dar brincos, va a dar brincos, no hay más remedio que eso”, se resigna.


Literatura y revolución

Que desde 1998 Venezuela cambió ya no caben dudas; que la batalla desatada en estas tierras es educadora y, en momentos, dolorosa, tampoco quedan dudas; y que la revolución bolivariana atraviesa todos los ámbitos, no sólo del país, sino del continente, también es una verdad palpable en las calles, en las charlas y en uno de los mayores logros de este proceso encabezado por el presidente Chávez: unir, como nunca antes, América latina. Desde lo político hasta lo geográfico, Venezuela supo patear el tablero de la política y sus sacudones todavía vibran. El arte, y en particular la literatura, no escapan a este panorama. Humberto Mata lo sabe y lo dice: “Uno como ser humano y como persona debe asumir un papel, más allá del escritor. El ser humano debe asumir un papel. En estos momentos se está dando en Venezuela una situación magnífica, de cambios extraordinarios, que pueden dar lugar a algo soñado por muchísimo de nosotros. En este momento tenemos que aportar lo que podamos en el área que podamos, es obligatorio. Diría que es un crimen no hacerlo”. Y define que este posicionamiento “no quiere decir que mis cuentos o novelas vayan a ser políticas, no creo porque no escribo eso, pero eso crea el ambiente. Es lo que se llamó el espíritu de la época, que rodea todo y tú no puedes escapar a eso”.

Mata también se refiere a los antagonismos que vive el país, hecho inevitable generado por las fricciones y las pujas de un sistema que apunta al socialismo frente a viejas estructuras de la política conservadora.
“Ahora Venezuela tiene situaciones totalmente antagónicas, no pensé que pudiéramos llegar a eso. Tengo grandes amigos, que siguen siendo grandes amigos, y están en la oposición. Espero que todavía digan que son mis amigos, porque yo soy amigo de ellos. En este momento hay que asumir las posiciones, ellos la asumen, yo la asumo. Sabemos que la literatura, el arte, la poesía siempre estará más allá de todo eso”, asevera.

Sobre la política cultural impulsada por el presidente Chávez, Mata analiza que “el gobierno se dio cuenta, y nos hemos dado cuenta, que tenemos una deuda muy grande que saldar, de muchísimos años de descuido. Nos descuidaron, no nos dieron qué leer, no le dieron importancia a eso, publicaban para cierto grupo y ya. Entonces tenemos años y años de deuda con la gente, tenemos que darle libros a la gente que nunca pudo comprarse un libro, porque ni siquiera les enseñaron que eso era importante”.

Esta definición tiene plena vigencia en Venezuela, donde meses atrás se presentó el Plan Revolucionario de Lectura, que busca impulsar un análisis colectivos no sólo de la literatura, sino también de la prensa. Como primera media, el gobierno llevó a cabo una jornada donde entregó cuatro millones de libros y documentales por todo el país.

“Ahora esa gente está leyendo, tenemos que darle los libros, tenemos un Plan Revolucionario de Lectura, precisamente queremos que esa gente que va a tener los libros sepa leerlos. Esto no es para que lean lo que uno quiere, queremos que esa gente lea y tengan voz propia de esos libros”, explica. Luego de esta medida, automáticamente la oposición venezolana argumentó un supuesto lavado de cerebro aplicado por el gobierno revolucionario a través del plan de lectura.

“Ellos dicen que son libros para meterlos por un camino y una sola cosa, pero no, estamos dando de todo, literatura y poesía universal, también Lenin, Marx. Obviamente se los estamos dando, pero estamos dando todo lo demás también. Claro que es ideológico, porque toda lectura es ideológica, todo plan de lectura es ideológico, no hay duda”, finaliza Mata, en un susurro de voz, como durante toda la conversación, donde el remanso de sus palabras seguramente se vislumbra entre las correntadas del Delta del Orinoco.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Cuando los niños se fueron a la guerra


¿Qué tenían en común Luis Manuel Mejías, Marlén Matilde Méndez Zelaya, Jerónimo Manzanares, Francisco Rivero Quintero, Julio César Aguilar, Juan Estrada y Javier Luna Rosales?

Aparte de ser niños y niñas nicaragüenses, todos nacieron antes y durante la lucha que desembocó en el triunfo del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en 1979. La mayoría tuvo familiares asesinados por la Guardia Nacional del dictador Anastasio Somoza. Pero lo más que unía a estos niños y niñas que apenas sobrepasaban los diez años, era el hambre que los acompañaba desde sus primeros días de vida y que los fusiles AK que empuñaron en decenas de combates eran más altos que ellos.

Estas historias de jóvenes que se lanzaron a pelear junto al FSLN para conquistar la revolución, y luego defenderla del ataque de la Contra financiada por Estados Unidos, son el nudo central de “Las mascotas de la guerra”, libro del periodista cubano Hedelberto López Blanch. Publicado por a principios de año por la Casa Editora Abril de Cuba, en sus páginas se muestra una de las consecuencias más duras y crueles que debió enfrentar la revolución nicaragüense: el ataque indiscriminado y continuo de centenares de mercenarios reclutados por la CIA y los asesinatos que llevaban a cabo contra los pobladores. Y si antes de la revolución muchos niños y niñas decidieron encolumnarse en la guerrilla, tampoco lo dudaron cuando el FSLN llegó al poder, porque los mismos que habían asesinado a sus padres y madres durante los 43 años de dictadura somocista, ahora penetraban por las fronteras de Honduras y Costa Rica para arrasar con todo lo que se interpusiera en su camino.

Entrevistado por Resumen Latinoamericano en la redacción del periódico Juventud Rebelde, donde trabaja, López Blanch recuerda que al llegar a Nicaragua como corresponsal en 1984 lo asombró ver la cantidad de jóvenes que no superaban los veinte años, que combatían en una guerra violenta y a los que llamaban “los cachorros de Sandino”. Pero lo que más le llamó la atención, aunque el gobierno sandinista lo tuviera prohibido, fue ver “a muchos otros que sus fusiles eran más grandes que ellos y que les decían las mascotas, porque entraban muchas veces en los batallones buscando comida o porque la Contra se había llevado a los padres, los habían matado, o no tenían cómo sobrevivir”.


Durante el tiempo que pasó en Nicaragua, López Blanch conoció de cerca cómo esos pequeños llegaban a las filas del Ejército popular en la mayoría de los casos, pero también cómo muchos de ellos eran captados por la Contra. “Ellos en sí no eran contrarrevolucionarios, sino que las bandas contrarrevolucionarias entraban drogadas por las fronteras y se llevaban a cualquier campesino, a los muchachos –explica el autor- Muchos de ellos narran cómo los jefes de la Contra se los llevaban y los ponían como mascotas, y a varias muchachitas las agarraban como sus mujeres. Entrevisté a más de diez en un centro de reeducación en Managua y me contaban cosas terribles, hasta cómo los jefes de ellos los obligaban a matar a los sandinistas que encontraban. A muchos les daban el fusil o un cuchillo para que tuvieran que pasarlos con cuchillo a los sandinistas, en una cosa horrible que era la guerra”.

Con el triunfo del sandinismo, las operaciones contra la revolución se multiplicaron y las agresiones por parte de mercenarios se acrecentaron mientras pasaban los días. Frente a esto, el gobierno creó los Batallones de Lucha Irregular (BLI) para defender el territorio y a la población. “En cada BLI existían entre cinco y quince mascotas. Como te decía, los fusiles eran muchos más grandes que los muchachitos, pero eran unos muchachos arrechos, combatientes increíbles que no les tenían miedo a las balas”, asevera López Blanch.

Con esta realidad cargada de violencia, pero bajo la política del FSLN por sacar de la miseria a Nicaragua, la situación en el país requería de todos los esfuerzos posibles. Para el periodista cubano, eso se observaba en la cantidad de combates que tenían sobre sus espaldas los niños-mascotas. Como ejemplo, señala a Luis Manuel Mejía que ingresó como mascota a los nueve años y que al conocerlo, el pequeño ya tenía cuarenta combates en su haber.

En el libro también se cuentan las vidas de niños que se iniciaron en la lucha guerrillera en las décadas del sesenta y setenta, y que luego llegaron a comandantes de la revolución, como Francisco Rivera Quintero, o el capitán Silvio Palacios. Sobre el primero de ellos, apodado El Zorro, López Blanch precisa “que murió de cáncer muy joven” y su historia tenía que ver con los orígenes de la guerrilla, ya que fue compañero de Carlos Fonseca Amador. “Desde niño, a los doce años, comienza a trabajar con los sandinistas, incluso él viene a Cuba, se entrenó en 1972 junto a Fonseca, pasaron por la frontera de Costa Rica y en el libro se cuentan todas estas peripecias”, dice el autor.


Cuando se le consulta a López Blanch cuáles son las condiciones que debe tener un país para llegar al extremo de que sus niños y niñas ingresen a filas guerrilleras o a un ejército revolucionario para defender su tierra, el periodista afirma que, en el caso de Nicaragua, la razón fue que durante siglos la una nación vivió explotada. “Hubo invasiones norteamericanas constantes y la familia Somoza era la que tenía todo el dinero y dirigía casi el 90% de la economía del país, razón del hambre y las necesidades. -señala- Nicaragua era el segundo país más pobre de toda América Latina. Estos muchachos en la ciudad te vendían periódicos, te limpiaban los cristales de los carros, esto me chocó de primer momento, porque en Cuba no vemos eso. Al ver esto, empecé a averiguar y es que el hambre que había era tremendo, y eso era en la ciudad, porque en el campo era terrible, la mortalidad infantil era violenta. Como estos muchachos tenían hambre, como la familia tenía hambre, iban a esas unidades militares y allí los atendían bien, los ponía casi siempre de pinche de cocina, les daban como tarea limpiar las barracas, pero ellos se empezaban a meter y como la lucha fue tan grande, en Nicaragua casi todas las familias tenían uno o dos muertos, eso era terrible. El problema de Nicaragua, como África, es el hambre, es la explotación que ha habido durante muchos siglos por parte de los países más poderosos, en este caso Estados Unidos. Estaban las compañías norteamericanas ahí metidas, pero eran en contubernio con Somoza, que mantenía la dictadura. Por eso es que estos muchachos iban a la guerra. El Frente Sandinista trataba de sacarlos, pero era imposible, ellos regresaban porque sino, no se sentían bien, y a veces lo que querían era vengar a sus familiares que habían sido asesinados”.

Otra de las razones que llevaron a los más pequeños a ingresar a una guerrilla, seguramente sea lo que López Blanch describe en su libro sobre la impunidad de Somoza y su familia. Desde 1936, el dictador llevaba las riendas del país, y en su prontuario se encontraban la orden de asesinar al general Augusto César Sandino, la posesión del 30% de las tierras, además de la cría de ganado y los mataderos, y para finales de la década del setenta la fortuna de la familia del dictador “se había evaluado en cerca de 650 millones de dólares, lo que equivalía a más del triple del presupuesto nacional, cifrado en 200 millones”.

Con un panorama donde Nicaragua tenía apenas 49 hospitales, un médico para 5.054 personas, 250 mil desocupados y un analfabetismo del 70%, la opción de ingresar a la lucha sandinista era una necesidad de supervivencia para los más jóvenes. Si con la victoria de la revolución había llegado también el aumento de la esperanza de vida, un sistema universal de salud, donde se redujo la mortalidad infantil y la tasa de analfabetismo, esas conquistas tenían que ser defendidas.


López Blanch asimismo apunta que esos niños y niñas, en el fragor del combate y la necesidad, adquirían una conciencia política. “Cuando están en revolución y estás defendiendo a tu país, como estaban los sandinistas, eso te llena de vida”, resume.

“Cuando un muchacho empieza a conocer que con Somoza su familia había pasado tanta hambre y miseria, y cuando ven que hay oportunidades empieza a enfrentarse a estas cosas –puntualiza-. Iban tomando conciencia de lo que habían pasado y de lo que estaba sucediendo, porque la revolución sandinista empezó a darle la salud pública a todos. Tenían médicos, se le dio educación, el analfabetismo que era inmenso durante los años del sandinismo se redujo y llegó a un 17%, que después volvió otra vez a incrementarse al 35% en el período neoliberal. Ahora la revolución sandinista volvió y se ha liberado del analfabetismo. Era un país oprimido, un país que no tenía ni salud, ni educación, simplemente los trataban como animales a todos ellos”.

Luego de su experiencia de varios años en Nicaragua, con historias que van de la alegría a los dolores más profundos, López Blanch recapitula que la enseñanza principal de esos niños y niñas es que “cada país debe luchar o debe tratar de tener su soberanía y su libertad. Muchos de estos gobiernos que son neoliberales no atienden a la juventud, los países del primer mundo simplemente lo que han hecho es explotar a los países de nuestro continente, vienen a llevarse las riquezas y no les interesa en nada los pueblos. Hay que tratar de unirnos en toda América Latina, tratar de unirnos con África, y buscar formas de ayudar a los pueblos porque los pueblos y los niños son la esperanza del mundo, como decía José Martí”.

La Habana, marzo de 2010 (Publicado en www.resumenlatinoamericano.org)

martes, 9 de noviembre de 2010

El rescate necesario de los años montoneros de Rodolfo Walsh


El intelectual, pero militante; el escritor, pero combatiente; el montonero, pero marxistas. Este rescate del político (y lo político) es el puntapie inicial del libro “Rodolfo Walsh. Los años montoneros”, de los escritores Hugo Montero e Ignacio Portela.

Pero ¿por qué los “pero” de las primeras líneas? Porque desde ciertas academias y pensamientos hegemónicos se intenta difundir la idea que los intelectuales o artistas no tienen demasiado que ver con las posiciones políticas. A lo sumo, un escritor o un cineasta pueden ver la lucha de clases desde un costado y luego analizarla. Pero desde hace años este discurso viene cayendo, desmoronado por ejemplos reales y concretos, tanto en épocas pasadas como en estos días.

Publicado por la revista Sudestada, que ya tiene 9 años en las calles argentinas, el libro sobre la militancia política de Walsh lleva con buena puntería el rescate del escritor (asesinado por la dictadura militar el 25 de marzo de 1977) como miembro de la mayor organización revolucionaria que existió en Argentina.

Porque detrás de los cuentos e investigaciones de Walsh, sobresale su rol como militante político, decisión muchas veces escondida o ninguneada por intelectuales e investigadores de su obra. Y la política en Walsh no fue algo menor o colateral, sino que el escritor relegó su literatura (y un prestigio rapiñado por muchos) por la actividad militante. Esta situación, que el autor de “Operación Masacre” tomó luego de iniciar un proceso de politización impulsado por el triunfo de la revolución cubana en 1959, es detallada con testimonios, citas y análisis por Montero y Portela.


“El fenómeno ya no resulta extraño. Por el contrario, surge como natural consecuencia de una serie de ideas que se imponen desde hace tiempo. Los trabajos biográficos de Rodolfo Walsh, aquellos que se ocupan de desmenuzar el itinerario singular y cambiante de su vida, pierden consistencia cuando de narrar la etapa militante se trata”, señalan los autores en la introducción del libro.

Los análisis siempre permanentes de Walsh sobre los desafíos de articular literatura y política, recreados a través del diario personal del escritor y el desafío de crear una novela por fuera de lo “burgués”; su choque con la realidad luego del derrocamiento del presidente Juan Domingo Perón en 1955 y el accionar de la denominada “Revolución Libertadora”, responsable del fusilamiento de personas, hecho denunciado en “Operación Masacre”; el acercamiento a la CGT de los Argentinos, donde dirigió el semanario de esa organización sindical; el camino que lo llevó a ingresar al Peronismo de Base, a las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) y posteriormente a Montoneros; temas tocados con profundidad y lucidez en el libro y que permiten ver al Walsh real: escritor y militante, periodista y especialista en interceptar escuchas policiales, hombre de a pie y profundo analista de la realidad argentina.

Y como partícipe y observador agudo del país en los meses previos al golpe de Estado de marzo de 1976, en el libro se rescatan los documentos que Walsh escribió a la Conducción Nacional de Montoneros proponiendo salidas políticas, militares y comunicacionales frente a las fuerzas represivas que ya estaban operando bajo los gobiernos de Juan Domingo Perón y posteriormente de Estela Martínez.


Sobre estos textos conocido como “Los papeles de Walsh”, los autores indican de forma acertada: “Así como existen quienes pretenden ignorar o subestimar el peso de la militancia revolucionaria de Walsh, hay quienes prefieren no tomar en cuenta el contexto de sus dichos. Las elecciones de Walsh a lo largo de su vida fueron claras: en cada una de ellas profundizó un tránsito revolucionario, no sólo desde un costado de compromiso intelectual sino en su responsabilidad como cuadro combatiente. Negar esta condición y pretender disfrazar a Walsh con ropajes proto-alfonsinistas (cuando la salida electoral dentro de la democracia burguesa, si bien conformaba un recurso táctico nada desdeñable para gran parte de las organizaciones armadas, no era de ningún modo un eje de su ideario) es un absurdo que ni el tiempo ni la historia permiten sostener después de un par de lecturas. Es más cómodo para muchos, también, recrear una imagen idealizada de Walsh, ajena a todos los elementos singulares de la militancia montonera, desprovisto incluso de sus virtudes y defectos. Hasta subsiste cierta tendencia a pensarlo en disidencia permanente con la organización a la que pertenecía por voluntad propia, cuando, a decir verdad, Walsh jamás escribió una línea crítica previa a las ya mencionadas, ni durante el asesinato de Rucci ni cuando se tomó la decisión de pasar a la clandestinidad, por mencionar apenas dos de inflexión en el análisis de muchos observadores de la historia montonera”.

En el libro también hay espacio para mostrar a otros intelectuales que se brindaron hasta sus últimas horas en el combate por un proyecto revolucionario y socialista, como son los casos del poeta Francisco “Paco” Urondo y el escritor Héctor Germán Oesterheld, ambos asesinados por la dictadura.

Otro punto a rescatar es cómo los autores sacan a la luz un debate siempre inconcluso en Argentina: el rol de Perón durante su última presidencia, su rechazo a lo que el propio presidente calificó alguna vez como “formaciones especiales”, la ruptura de Montoneros y la Juventud Peronista con quien fuera su líder y referente, la decisión de recostar su poder sobre la burocracia sindical y la formación bajo su mandato de la Alianza Anticomunista Argentina (AAA).

Como indispensable se podría calificar “Rodolfo Walsh. Los años montoneros”, pero no sólo para analizar y conocer la lucha revolucionaria en la década del setenta, sino para preguntarse dónde están y qué piensan los intelectuales y artistas frente a la actualidad argentina.   

Caracas, 8 de noviembre de 2010 (Publicado en www.resumenlatinoamericano.org)