martes, 10 de abril de 2012

Bernardo Piñango: Del 23 de Enero al brillo olímpico en Moscú


"Mi jab era un látigo", recuerda Bernardo Piñango. "El jab es la puerta que abre todo para rematar con la izquierda", explica mientras se mueve sobre sus piernas y lanza golpes al aire con una rapidez intacta.

Nacido hace 52 años en Caracas, Piñango obtuvo la medalla de plata en los Juegos Olímpicos en Moscú en 1980 y fue dos veces campeón mundial en los pesos gallo (marzo de 1987) y supergallo (febrero de 1988).

Ahora sus días transcurren como preparador físico, estudiante de la Universidad Deportiva del Sur y juez en los combates organizados por el programa de Boxeo Olímpico de Calle.

La historia de Piñango y el boxeo comenzó en el barrio 23 de Enero, donde a los 12 años ingresó al gimnasio El Libertador. Un año después, tendría su primera pelea como amateur ante su tocayo Carlos Piñango.

"Yo me la pasaba peleando en la escuela, entonces mi papá me decía que me iba a meter en un gimnasio, pero nunca lo hizo. Tuve que tomar la decisión de meterme a los 12 años, pero estaba muy pequeño. Mi papá siempre estuvo conmigo, me enseñaba los golpes. En ese entonces veía las peleas de Vicente Paul Rondón, George Foreman, Muhammad Alí. Me di cuenta que el boxeo se lleva en la sangre".

Desde ese momento, los entrenamientos se sucedieron hasta que fue convocado la selección nacional.

"De cartón aunque sea"

Con 19 años, Piñango llegó a la entonces Unión Soviética como parte de la delegación venezolana, en la que había 11 boxeadores, entre ellos el abanderado nacional, Antonio Esparragoza.

Ambos boxeadores compartían habitación en la villa olímpica. Piñango recuerda que Esparragoza tenía la presión de ganar, pero ese no era su caso.

"Eramos compañeros de cuarto y él me decía: 'Conchale, Piñango, tengo que traer la medalla de oro porque represento a todo este equipo'. Él me preguntaba qué pensaba traer. Yo le decía: 'Voy a traer una de cartón aunque sea'. Yo me la pasaba en la discoteca que había en la villa olímpica, me la pasaba bailando. No estaba estresado", recuerda con el humor que lo caracteriza.

La medalla de plata que consiguió estuvo precedida por un camino difícil y agotador. En apenas 10 días -del 23 de septiembre al 2 de agosto- tuvo cinco combates en la categoría de 54 kilos. Superó al nicaragüense Ernesto Alguera, al finlandés Veli Koota, al ugandés John Siryakibbe, al rumano Cipere Dumitre, hasta llegar a la final con el cubano Juan Bautista Hernández.

"Nosotros íbamos poniéndole corazón a la cosa y los más fuertes se quedaban."

Piñango no duda en señalar que esos combates fueron los más duros de su carrera. "Cuando llegué a la última pelea tenía 10 puntos en la ceja y tenía una mano toda malograda".

Sus lesiones no eran la principal preocupación, sino el desgaste físico, la deshidratación y mantenerse en los 54 kilos.

"En la última pelea luché. Juan Bautista me dio en la herida y me la abrió. Le dije al doctor que no parara la pelea, pero ganó por decisión del jurado. Ya sabía que traía una medalla de plata para Venezuela. Eso era un logro que anhelaba".

Fue la única medalla ganada por Venezuela en esos Juegos y la quinta en el historial olímpico del país, tres de ellas alcanzadas sobre el ring.

Antes de Piñango sólo habían logrado preseas olímpicas los boxeadores Francisco "morochito" Rodríguez (oro, México'68) y Pedro Gamarra (plata, Montreal'76); Arnoldo Devonish (bronce en salto triple, en Helsinki'52) y Enrico Forcella (bronce en tiro, en Roma'60).


El regreso y los campeonatos mundiales

"Ese recibimiento nunca se olvida, era como un héroe, caravana por aquí, caravana por allá. Me pasearon por todo el 23 de Enero, por Catia, Propatria y fue buenísimo. Fue un logro y una satisfacción bella", recuerda Piñango sobre su regreso a Venezuela luego del triunfo en los Juegos Olímpicos.

Después de ese éxito, el venezolano dio el salto al boxeo profesional de la mano del empresario Rafito Cedeño, con quien estuvo durante tres años. Al finalizar ese período viajó a Puerto Rico y Panamá, donde continuó su fogueo sobre los cuadriláteros.

"Mi gran meta era pelear por un campeonato del mundo", refiere Piñango.

Y no sólo consiguió la pelea sino también el título del peso gallo de la Asociación Mundial de Boxeo (AMB), el 4 de junio de 1986 ante Gaby Gañizalez. Dos años después, el 27 de febrero obtuvo el cinturón de la categoría supergallo de la AMB al vencer a Julio Gervacio.

Para esa época no todo era boxeo, comenzaba a codearse con tentaciones como la droga, aunque Piñango aclara: "para pelear nunca consumí, siempre fui legal sobre el ring, porque siempre nos hacían el dopping".

Cuando Piñango perdió la corona supergallo ante Juan José Estrada, en México en mayo de 1988, se retiró del boxeo profesional y tomó una decisión que lo marcaría para siempre.

"Me quise dar la gran vida -recuerda-, gastarme el dinero que había ganado, me fui a Los Ángeles, California, donde duré cuatro años. No lo hice cuando era muchacho, parece que eso lo tenía reprimido. Cuando me fui a Los Ángeles empecé a gastar el billete y ahorita vivo de un sueldo, pero eso no es lo que me quita el sueño".


Las lecciones del boxeo

"Te voy a hacer sincero, me salvé de muchas cosas porque escogí el deporte, que es lo que me gustaba, y lo elijo como mi base fundamental para saber hasta dónde quiero llegar. Uno se tiene que dedicar, es una disciplina, estar enfocado en lo que vas a hacer porque las competencias requieren que tengas muy buenas condiciones físicas", analiza Piñango al ser consultado sobre cómo moverse dentro del mundo del boxeo.

Como preparado físico, labor que actualmente desempeña, explica que además de las cuestiones técnicas, es importante el lado humano de los deportistas.

A sus pupilos, siempre les dice "que aquí no hay vicios y ese es el patrón que hay que seguir. Ellos verán si lo acatan, el muchacho que no quiere regirse a esas leyes se tiene que ir. Primero hay que darles la educación".

Por último, este caraqueño de sonrisa permanente y una historia personal que podría llenar cientos de páginas, cierra el recuento de su vida con una enseñanza: "El deporte es una universidad y lo más grande para un atleta son los Juegos Olímpicos. Todo el mundo no puede ir a unos Juegos Olímpicos, ahí van los mejores. Y con dedicación y constancia llegas a ser un gran deportista".

(Publicado en www.avn.info.ve / 10 de abril de 2012)

martes, 3 de abril de 2012

No escuches su canción de trueno: golpes de ficción y realidad


En el cuadrilátero no sólo se definen la gloria y la derrota de los boxeadores. En ese espacio rodeado de espectadores, luces y tentaciones de todo tipo, también trascurre la vida, con sus virtudes y horrores. Esto es plasmado en No escuches su canción de trueno, novela del escritor y periodista venezolano José Roberto Duque.

Entre el periodismo y la ficción, con un ritmo que se asemeja a una road movie por su intensidad y desenfreno, Duque recrea la historia de los hermanos Leiva, en la que la traición, desengaños y la dureza del negocio del boxeo quedan a flor de piel con el transcurrir de las páginas.

El autor comienza a recorrer los días y las noches de los hermanos, luego de que a sus manos llega un paquete con hojas sucias manuscritas. En esas anotaciones se encierra la carrera boxística de Gerardo Leiva, que queda truncada por una muerte, y la forma en que su hermano Santiago asciende al estrellato casi sin condiciones.

La novela de Duque es relatada por Gerardo, a través de una extensa carta a Carlos, el otro de los hermanos Leiva. En el escrito se ofrecen los detalles de sus planes para hundir a Santiago, las sensaciones bajas que le despierta la envidia y el retrato del mundo del boxeo profesional, donde crueldad, arrogancia, ego y negocios despiadados van de la mano.

Los combates, los placeres efímeros del alcohol y la cocaína, la referencia a boxeadores históricos de Venezuela, y un trasfondo de pobreza y miseria que baja de un barrio de La Guaira son escenarios que ambientan el texto.

La necesidad de venganza de Gerardo contra su hermano Santiago Leiva queda expuesta en diferentes imágenes y confesiones, como en este caso: “Ahora estoy seguro de que Santiago tenía esa afición por la blanca nieve desde antes, sólo que nunca nos habíamos y nunca había tenido suficiente dinero en el bolsillo para conseguirla en buenas cantidades como cuando empezó a pelear y a cobrar (...) Honor a quien honor merece: no fui yo quien lo desvió del camino de la abstinencia y la cordura. Mis planes eran desviarlo de todos los demás caminos”.

Autor de los libros La ley de la calle, Salsa y control, Guerra Nuestra y Del 11 al 13, Duque logra en esta novela una historia trepidante donde se muestra un retrato real del boxeo profesional.

(Publicado el 3 de abril de 2012 en www.avn.info.ve)