domingo, 19 de enero de 2014

Mamboretá


Entonces el mamboretá colgado de la ramita, su cara de insecto que parecía observarnos con curiosidad y algunas gotas de rocío se escurrían por las hojas, y el bicho ahí, escrutando vaya a saber qué, si es que un mamboretá tiene noción real de la gente que lo rodea, justo en Cojímar, qué se yo si nacen, viven, se reproducen y mueren los mamboretás en Cuba, pero ese estaba ahí, en un patio nocturno y silencioso, mirando curioso a dos argentinos en un enero lluvioso y bastante frío, cómo puede ser que se venga este tornillo en el medio del Caribe, pero ya lo habían dicho en el noticiero de las ocho, una ola polar que bajaba del norte y cuando lo escuchaste dijiste en voz alta seguro son los yankis que mandan el frío ese, siempre quieren joder a todos, y las carcajadas, y esa familia que nos arropó en Cojímar, ellos pensando (después nos confesaron) qué argentinos locos, qué les gusta tanto de este pueblo, acá siempre es lo mismo, entonces a cuadrarse y de puros fanáticos que sí, que acá la tranquilidad es impagable, de madrugada se puede caminar hasta la costa, sentarse en el malecón, las piernas colgando sobre el mar, y atrás la mirada de Hemingway cuidando la noche, y ahí nomás risas al por mayor, y los nenes de la familia sin saber qué decíamos, todo esto por un congreso de historia que nos había encontrado en La Habana y problemas en el hotel y entonces Javier sin dudar pronunció las palabras mágicas, no se preocupen que resolvemos, y nos llevó derecho a Cojímar, y cuando las disertaciones se ponían aburridas, escaparse temprano, montarse en la guagua y bajar en cualquier calle, imaginar que Papá Hem anduvo por ahí, meterse en el agromercado de puros curiosos, comprar boniato y ananá cortadito y qué importa qué tan lejos estamos, volver al mar, a Hemingway, sentir a ese hombre suicida pescando, hablando con la gente, no te olvidés que era amigo de Fidel, dijiste, y subir hacia la casa y si el mamboretá todavía no aparecía, otra vez a la guagua, la cincuenta y ocho, ese número tan común sonaba como música cuando venía con acento cubano, la cincuentaiosho, esas últimas tres letras llevaban toda la cadencia, y en la guagua, un poco apretados, La Habana se abría y más malecón y unos tragitos con Lucre, sus preguntas, las historias que nos regalaba, de Guatemala a Cuba, de la guerrilla a las ausencias queridas y más esperanzas, de la selva al exilio en Francia, y cuando llegaba Graciela todo se convertía en frenesí, actividades, entrevistas y dale que va con la lucha, decía Graciela, hay que meterle que sino se nos va la vida, y cuando nadie lo pensaba, ahí descubríamos qué carajo era la vida, hasta la tardecita convencidos y todavía más seguros en la vuelta hacia Cojímar, a ese patio inmenso, fresco, donde los abuelos de la familia se despedían todas las noches y se dejaban llevar por los años y algunos achaques, entonces entraba a escena un puro grueso y humeante, justo en esa casa donde los días pasaban entre el asombro, la calidez y mucha comida, porque nadie nos quería ver sin masticar, desayuno, almuerzo y cena, y a media tarde unas porciones de torta a un peso mientras el panadero nos preguntaba sobre fútbol, Sandro y Argentina, hasta que se ponía serio cuando alguno de los dos amagaba a confirmar que el Che era argentino, oye asere, nació allí pero era cubano, y otra vez la cadencia del acento se convertía en un estado de armonía, esponjoso, para abrazarse de esa sensación difícil de describir y no soltarse más y caminar por las calles con vaivenes que siempre llevaban al mar, entonces qué mejor que un café, sentados en la puerta de cualquier casa, saber que los autos no iban a molestar, o disfrutar el paso de un Chevrolet del cincuenta, o volver a esa librería donde encontramos la historia de Camilo que tanto buscábamos, y el patio, el mamboretá ahí, esta vez en otra rama, pero con sus ojos brillantes y una fiesta de estrellas en el cielo, y los perros jugando y nosotros de casualidad mirando lo mismo y entonces nos besamos, y el sabor a tabaco flotando en el aire mezclado con la sal, y las últimas horas de una despedida hasta vaya a saber cuándo.

(Enero de 2014)